Uff, con que afirmación tan peligrosa comienza el artículo del Diario de León de hoy, que en su página 51 informa de la intención del Ayuntamiento de Chozas de pedir apoyos para disputar a San Millán de la Cogolla el origen del castellano:
«Hace 1.049 años, un monje despensero del monasterio de San Justo y San Pastor, en La Rozuela, garabateó las primeras palabras que dieron origen al castellano. Los quince renglones de su listado de víveres y entregas de quesos desvelan el uso de una lengua que vulgarizaba ya el latín y comenzaba a bucear en el romance castellano»
Osea, según esto debemos entender que el monje, para más señas se indica en otro lugar, que atendía al nombre de Ximeno, no tenía nada mejor que hacer ese día 24 de enero del año 959, seguro que un día frío de invierno, de esos que es mejor quedarse cerca del fuego, que ponerse a garabatear en un papel viejo las primeras palabras en castellano, porque claro, hasta ese momento nadie había tenido la genial idea de crear una lengua nueva estropeando un poco el latín que trajeron los romanos. Por si no fuera poco, esa lengua tiene que ser castellano, porque el alcalde de Chozas debe ser un experto filólogo para asegurarlo.
Nadie se ha parado a pensar que el hecho de que a la lengua que hablamos actualmente se le llame castellano es porque ha habido una realidad social, territorial y política que no sólo ha creado sino también sostenido esta denominación a lo largo de la historia. Si el Reino de León no hubiese perdido la preeminencia sobre Castilla en otras épocas, esta lengua podría ser denominada leonés o tener cualquier otra denominación en función de la evolución política y territorial. A pesar de ello, en aquella época nadie era consciente de ello, o si alguien lo era no lo dejó por escrito.
Pensar que porque uno, o que cien monjes, por escribir cuatro palabras en una lengua que no fuese latín pero con raíces en ella, 500 años después del final del imperio romano, se esten fraguando el nacimiento de una lengua es bastante ilusorio. Cientos de filólogos, todos de lo más profesional, no se ponen de acuerdo en fechar el momento en que se abandona el latín y se puede hablar de lenguas romances, pero no sólo en España, también en los demás países en los que estuvo presente el Imperio Romano y donde de forma posterior se desarrolló una lengua romance tienen sus debates acerca de esta cuestión.
En León, más concretamente en Chozas de Abajo, vienen a decir que hemos encontrado la "Piedra Roseta" de la lengua castellana, "la nodicia de kesos", vamos que le estamos otorgando importancia a la lista de la compra del "super" de un monje del siglo X. Sin duda, una creación de lo más original para la literatura castellana. Es más si me apuran un poco las glosas emilianenses son también un fiel reflejo de la falta de criterio que se tiene con esta manía persecutoria de las lenguas (sobre todo la castellana) que se ha puesto de moda últimamente, buscándolas por "caminos" que nunca existieron. Una lengua que se precie empieza a tener entidad en el momento en el que se escribe literatura con ella, en el momento que se convierte en una herramienta de comunicación eficaz, porque la mayoría de la gente la comprende y la utiliza.
Es verdad que para ello tiene que haber todo un proceso previo, y precisamente ese proceso es el verdadero camino de cualquier lengua y dentro de ese camino los derroteros son infinitos y las variables numerosas. La evolución de la lengua esta sujeta tanto a factores internos, como externos, pasando por el sustrato lingüístico que existiese previamente, en este caso las lenguas prerromanas de cada zona y la evolución del latín en ellas.
El siguiente paso es el latín vulgar, que se trata tanto de la lengua transformada por su uso no culto entre los soldados venidos de diferentes regiones como también por la que se conforma en cada ciudad o región para entenderse con la administración del imperio. Más adelante son numerosas las aportaciones que a las lenguas de la península hacen los pueblos germánicos: visigodos, suevos y demás, aunque ya habían adoptado el latín como lengua. Incluso los musulmanes hacen numerosas aportaciones a la lengua castellana actual. Además de todo eso, hay otra evolución dentro de las lenguas romances en la península, que es la que depende de las divisiones administrativas que aparecen y se transforman, con lo que buscar un fecha o un lugar donde poner su nacimiento resulta extremadamente ridículo. Aun más si tenemos en cuenta que los documentos en los que se basan son una brizna en comparación con lo que no quedó escrito en el uso diario de cada lengua, incluso es una brizna en comparación con la documentación que se ha podido perder a lo largo los siglos.
En definitiva, que no es para tanto el drama de que León no se encuentre incluido en el Camino de la Lengua, dado que ni siquiera es probable que ese etéreo "camino" haya existido nunca salvo en la mente de los que mitifican a la lengua castellana como un elemento sagrado.
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